sábado, 26 de enero de 2013

Educacion, tecnologia, efectividad

Una pregunta de Claudio (http://unojo.blogspot.com/) motiva el siguiente desentrañamiento… porque me sale de entrañas, afectuosamente claro. La pregunta es ¿qué tan efectivas son las tecnologías en la educación para cumplir sus fines? Y yo lo entiendo así, descomponiendo la pregunta en tres:
  1. “¿las tecnologías ayudan a cumplir los fines de la educación?”
  2. “si la ayudan, ¿cómo medimos su ayuda?”
  3. “si podemos medir esa ayuda, comparando con otros medios, ¿la ayudan más o menos?”

Explico un poco todo esto. Para saber si algo es efectivo, debo poder “apreciar” o “percibir” resultados. Si quiero saber el grado en que es efectivo, debo comparar con algo que, en la misma medida, tiene menos resultados. Por otro lado, también puedo entender la pregunta de otro modo.


  1. “¿Cuántos de los fines de la educación ayuda la tecnología a cumplir?”

Mientras más fines ayuda la tecnología, diré que es más efectiva.

En fin. Luego de estas vueltas, ¿cuáles son los fines de la educación? Para mí, educar es conseguir que una persona se descubra en sus capacidades, potencialidades, valores y fines. ¿Son estos los fines de la educación? Para una mirada más social-funcional, educar es preparar a un nueva generación para que sea mejores ciudadanos. Para una mirada cultural, es la trasmisión de la identidad grupal. Para un economista, es la generación de nuevos consumidores-trabajadores plenos y funcionales. Para un religioso, es inculcar los valores de la tradición para aplicarlos en un mundo cambiante. Y así puedo seguir. Uf. Muchos fines, ninguna decisión final. Pero para mí, ya lo dije.
En relación a ello, sobre mi opinión, las tecnologías ¿qué hacen? La tecnología es todo aquello que me sirve para hacer mejor que antes algo que antes hacía de manera más directa. ¿Será? Supongamos que sí. Por definición, la tecnología mejora los procedimientos, porque consiste en la mejora de los procedimientos. Como es una definición esencial, por lo mismo, la tecnología mejora la educación porque la educación tiene su propia tecnología.
Pero, si decimos que tecnología es “esta” tecnología, la derivada de la ciencia moderna (la de Einstein, Bohr y el horno a microondas), entonces me refiero a una tecnología que implica la razonabilidad y el cálculo como explicaciones del universo. Luego, aquellas experiencias que van más allá del horizonte explicativo de la ciencia, no pueden ser “mejoradas” por la tecnología. Por ejemplo, el amor, la adicción a las drogas, la mentira, el alma. Y si la educación requiere ayudar a resolver dudas sobre cada una de esas experiencias, que para la tecnología son intratables, entonces la tecnología es inútil para la educación.
Vamos, vamos, exagero. Me voy a los extremos para llegar al medio. Al cogollo. Creo que la tecnología, en la medida que es “materialista” o “fisicalista”, propone soluciones para aspectos de la realidad manejables así, como la contaminación o la cocción de alimentos, la calidad de la música o la mejora de comodidad de la ropa y la vivienda. Y eso porque todos estamos de acuerdo sobre ciertos mínimos y máximos, que la tecnología puede manejar. Pero apenas traspasamos el límite y llegamos a la experiencia humana, la tecnología empieza a ser menos útil. No hay tecnología que me asegure amar a plenitud o a curarme de la adicción a las drogas. La pastilla (la revitalizante sexual o la inhibidora de síntomas) no me cura, sólo me acerca o aparta del problema.
Si aplicamos eso a la educación, hay aspectos de la educación que son manejables o mejorables con la tecnología, por ejemplo, mejorar la calidad de la interacción entre los estudiantes al combinar medios orales y escritos (la multimedia, digamos), o en mejorar los medios para meta-cognición o auto-evaluación (ahora es más fácil diagnosticar qué tan bien me sé la tabla periódica, según mi forma de aprendizaje). Pero cuando se quiere desarrollar un proceso de tutoría o de descubrimiento de los valores propios, nada mejor que cara a cara, porque es un proceso que involucra sentimientos y emociones, que requiere un “enfrentamiento” visceral con la realidad (personal, social, etc.) Éste es el límite en que la tecnología es eficaz: la exploración de la interioridad (algún tecnofílico me dirá: “hasta que reduzacamos el alma a la mente”, mmm).

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